Sale el sol, las botellas vacías se calientan, los restos de cerveza se calientan y hemanan ese terrible olor que entremezclado con el aroma a ceniza y muerte avisan el inicio de un nuevo día.
Los pies curtidos y heridos derrumban las pilas de vidrio odoríferas y estremecen al silencio mortífero. Un cigarro se enciende mientras se llega al baño, en donde el vapor del agua hirviendo se combina con el humo amargo del tabaco.
La piel se enrojece al entrar en contacto con el agua y un ligero gemido se escucha, sólo el dolor se puede sentir . El inicio de un nuevo día.
Llega la noche y las copas empiezan a llenarse, los llantos a escucharse y las colillas a sembrarse en los ceniceros. Se tumba el cuerpo sobre alguna toalla o manta y la cabeza golpea el piso cual piedra de demolición. Las lágrimas aclaran los ríos de sangre. Los nudillos destrozados, las costillas facturadas, la espalda reventada. Ataca ferozmente el alcohol y la conciencia se pierde en medio de las pesadillas.
Sale el sol nuevamente y se repite la misma y nefasta escena día tras día, noche tras noche hasta que llega una noche en la que sale la Luna. Su esplendor perlado cicatriza las cortadas, el reflejo de los millares de estrellas sonríen incesantemente. El aire frío acaricia los moretones y la tranquilidad asesina al llanto. Amanece y sigue ella ahí, incesante, imperturbable. Las caricias del Sol recuerdan la mano cálida de la incuestionable ternura del aprecio de la otredad. El viento tibio frota las Palmas y arruyan la mañana. La tranquilidad se hace y el recuerdo renace. El milagro de la monotonía se pierde en medio de la felicidad.
lunes, 26 de febrero de 2018
Despertar
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