viernes, 26 de abril de 2013

una escena


La mirada del amante maldito se retorcía con el pasar del tiempo, como una roca que con la erosión se desvanece. Su mirada, poco a poco se va paralizando a medida que divaga en el basto océano que tiene a sus pies. Las laderas rocosas y abismales se encuentran con el bullicioso tronar del viento, y los oídos le retumban como el eco de un trueno en una caverna. La desolación penetraba su desalmado corazón y le destrozaba la conciencia, llevándolo cada vez mas y mas al borde de la cordura.
Podía olerse el putrefacto aroma de la traición en aquel grisáceo aire que respiraba con disgusto, como si quisiese que la asfixia llegase pronto para liberarlo de tan grandes pesares. Observaba como las olas rompían en la playa, desvaneciéndose al igual que cualquier rastro de esperanza en su frágil vida. Sentía como la muerte estrechaba su mano a medida que se movía el sol.
Las visiones eran cada vez mas recurrentes y los dolores aún mas fuertes. Ninguno podía comprenderle, ninguno quería hacerlo. Su soledad, era similar a la de un iceberg que se mueve en el frío mar del norte, alejado de todo, derritiéndose poco a poco para sucumbir ante la naturaleza.
El viento susurraba delicadamente el nombre de aquella dama, aquella dama que una vez había amado aquel hombre; pero que ahora no era mas que un mal recuerdo de la vida misma.
Todas las horas que desperdició, todas las letras que malgastó y todo el orgullo y honra que perdió por ella, eran irrecuperables, al igual que la vida misma. El amarla lo había llevado al borde de la extinción propia, todo por aquella hermosa figura.
A pesar de todo aun la veía en las nubes, con sus brillantes ojos cafés y sus gruesos labios, suaves y delicados. Su pelo castaño que parecía reflejar el sol mas glorioso que jamás había existido. Su mirada, seca y asesina le exaltaba como nada en el mundo, agitaba su corazón que parecía que fuese que explotar. Pero era este el problema, que después de ese amorío, ya nada le hacía palpitar.
Su corazón dejó de ser una gran bomba de felicidad, y pasó a ser un reloj, frío y mecánico. Su sangre era arena, arena ardiente que le quemaba desde lo mas profundo de su ser, recordándole a cada segundo su gran error.
La voz de aquella mujer le trastornaba, ya estaba impresa en su mente, y no podía sacársela de la cabeza. Aquella vocecilla hermosa y delicada, tosca y malhumorada, mágica y trágica le carcomía el fondo de su ser. Y dijo:
-El amor, es la desgracia más grande que puede sucederle a un hombre, puesto que lo transforma en una bestia monstruosa que solo busca a otro ser, de una u otra forma y que puede llegar a morir en el intento de encontrar a dicho ser.
Esto, despreciable mundo, es aquello que me ha sucedido, me has dado una mujer para amar, y lo he hecho, ¿Y qué he logrado? Solo desgracia y agonía. Su presencia me destruye, y aun cuando no está, la veo en mi mente y lloro en silencio. Su aroma se ha impregnado en mi piel, y es uno que no puedo evitar respirar, por mas que me queme los pulmones y prenda en llamas mi nariz.
Y su piel, suave como nada en el universo, es lo que mas deseo tocar. La calidez de su ser quiero sentir, pero tocarla es como poner las manos en las ardientes llamas infernales.
Es un fruto prohibido, un ente incompatible, y aun así lo has puesto en mi vida. ¡¿Explícate mundo?!
Pero se que no puedes, me has creado para tu recreación, para tu deleite y para acabar con tu aburrimiento, ¡te diviertes con verme sufrir!
Sin embargo hay algo que tendrás que entender, y es que yo, aquí, en esta colina, frente a tus creaciones, he de acabar con todo, para así poder vencer todos tus males.
Y fue así como el joven amante, cerró sus ojos, y pronunció aquel hermoso nombre, poderoso y significativo.
El amaba la astucia, la inteligencia, la sabiduría, amaba a dicha mujer que lo tenía todo en su nombre. Y a medida que finalizaba aquel nombre, caía libremente del precipicio.
Su cuerpo golpeo duramente las rocas del lecho marino, acabando con su vida, liberándolo de todo mal y de todo sufrimiento.
El aroma a muerte se esparcía por toda la playa al igual que la vida; la muerte, era solamente, una parte de la vida.

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