lunes, 29 de abril de 2024

Eras tú

 Poesía 


No entiendo la poesía,

No la leo

Ni la siento,

Ella con disimulo decía, 

Mientras a mi alma 

daba una caricia. 


Con recelo a sus ojos miraba, 

El anhelo de un sueño suspiraba. 


Su piel se mezclaba, entre la mía, 

Entre la suya y entre la nuestra;

Su boca dulce cortaba la amargura

Que con tanto esfuerzo guardaba mi armadura. 


Desnudo me encontró, 

Bajo el hechizo de Cupido me miró. 

¿Qué?

Replicó, 

¿Qué? ¿Qué sucede?

Exclamó, 

Reclamó ante mi alma en pena, 

No entendía acaso ella, 

Que con tristeza miraba mi cena. 

Porque una vez el plato ha sido servido, 

Será consumido, y el exhaustivo entusiasmo, 

Pronto me hará quedar como un asno. 


¿Qué?

Replicó, 

¿Qué? ¿Qué sucede?

Nuevamente, 

Exclamó. 

Bajo mis brazos yacía, 

El silencio alborotaba mi coartada. 

El disimulo de mis intenciones vacilaba, 

La llamarada se apagaba. 

Un dos tres cuatro, 

Con agonía latía, 

Un dos tres cuatro, 

Ya ni sabía que sentía. 

Un dos tres cuatro,

Mis manos en sus caderas se enclavaron, 

Mis venas brotaron 

Y entre sus muslos mi cara se zambulló. 

Por un momento, 

El miedo huyó. 

Sin lamento, 

Mi lengua recorrió el lenguaje de su piel. 

Una pizca de dolor condimentaba la agonía de su oscuridad. 

Entre los gemidos y azotes una gota de claridad, 

Emergía bajo la superficie

De la soledad de sus arrecifes. 


Bajo las décadas de soledad, 

En sus pechos encontré la piedad. 

Por un segundo, no tuve edad. 


Mi prosa, 

Mi soledad hermosa, 

Mi agobiada alma pecaminosa, 

Rugía con el vaivén divino, 

De sus manos sobre mi piel. 

Era quizás su sabor a miel 

O el fallido deseo de serle fiel

Que a mi carne hacía sobre exaltarme. 

Porque su olor, 

Preparaba mi futuro con dolor, 

Porque le viento, lo primero que se lleva, 

Es el olor, el recuerdo de una sensación, 

Tan sublime, tan indeleble, 

Tan entendible y a la vez, tan desagradable. 


Qué?

Replicó, 

¿Qué? ¿Qué sucede?

Nuevamente, 

Exclamó. 

Sus tiernos ojos color café parecían arder, 

Aveces miel, aveces espresso, otras ámbar,  

Ponían a mi mente a andar;

Se detenían bajo mi observar, 

Enmarcados en el eterno desear, 


Qué?

Replicó, 

¿Qué? ¿Qué sucede?

Nuevamente, 

Exclamó. 

Y bajo el silencio de la sentenciante pregunta, 

Omitiendo todo aquello que por un segundo sentí, 

Con el enorme valor que me atontaba, respondí:


Nada. 




lhp


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