En nuestras vidas constantemente estamos experimentando situaciones que quedarán o no impregnadas en nuestras almas. Algunas estarán destinadas a permanecer en el olvido, otras, por lo contrario, caminarán bajo nuestra piel, como tatuajes, como aromas, como cicatrices, como clavos, como recuerdos.
La mayoría de la gente suele decir, jamás olvidare esto y aquello, pero rara vez somos nosotros quienes decidimos eso, de la misma manera que no solemos ser aquellos que deciden qué recuerdos se armarán de vigor en nuestra mente.
Yo desafortunadamente siempre he sido un hombre de palabras. Es desafortunado, porque al ser un hombre de palabras, no te vi llegar al bar esa noche.
Te vi aparecerte casi tan rápido como te desvaneciste.
Te vi aparecerte, y fue tan solo conocerte
Para desear tenerte.
Te vi aparecerte. Con la misma sutileza con la que acecha un gato a su presa, se asomó tu cabeza. La tierna piel, la albina cabellera, mirada incendiaria, boca encantadora.
Una sonrisa se escapó del callar de tu seriedad, no hubo piedad, fue ella una bondad.
Y es que no solo decidiste llegar ese día, porque tus manos posaste sobre las mías, sin darte cuenta, de rodillas me pusiste.
No era suficiente,
Con tu boca insististe,
Me quedaba inconsciente.
Descubría entonces yo, ahí en ese mismo lugar, que el sabor a fruta madura no se había perdido.
Bajo tinieblas y telarañas retumbó en la caverna de mi pecho, un bochornoso latido.
No tenía sentido, no te lo había permitido.
Pero tú seguías allí,
Mirándome,
Tocándome,
Besándome,
Sintiéndome, y me sentías.
Me tenías y me comías.
Pero pronto la cama en la que nos conocimos se me hizo pequeña, filosa y dolorosa.
Los cielos se fueron nublando, pero el Sol salía igual, y la Luna llegaba igual, y mientras los niños seguían corriendo igual en el parque, mientras tú seguías hablando igual y yo ya no seguía igual.
Era inconcebible entonces, tu presencia en mi existencia.
Un desgarro inmenso sentí, en ese pobre corazón que ya ni sentía latir. Ahora lo sentía correr, saltar y luchar, pero ambos sabemos qué hay batallas que inician ya perdidas.
Las dudas me quebraban, porque las ilusiones me quemaban.
Tú intentabas apagarme las llamas con manguera y cubeta, pero la única salida era una escopeta.
Pero no importaban las ampollas, las úlceras, las dolencias, porque la cura de todas eran tus caricias, que hasta el alma me llegaban.
Y es que sigo sin entender,
Porque te tendía la mano y tu te tomabas mi vida entera.
No entendía cómo era posible, tener un hechizo indeleble, así, en donde no había espacio ni para una coma, una mayúscula, y ahora cabía todo un nombre, toda una historia, una tragedia y una comedia.
Los días grises se volvieron vivaces, porque finalmente en negros se transformarían.
Se irían las risas, se irían las miradas y llegaría finalmente el silencio eterno que tanto disfruta de gobernar mi vida.
Pero aunque sagaces para desaparecer, también eran imperiosas al aparecer, las mil y un razones que tu existencia otorgaba a mi alma para sonreír.
Tus aguas me sumergían en remolinos,
Aunque tus letreros advertían de aguas tranquilas.
Tus palabras de hielo se evaporaban con tus caricias, tus mimos y tus besos.
Y es que ahora solloza el monstruo dormido,
Porque fue despertado, acechado y molestado.
Ahora sangra, llora y sufre,
Porque el olor de tu piel quedó en la mía.
Ahora no se va,
No importa cuantas botellas sean abiertas, cuantos cigarros encendidos, cuantas comidas se quemen, no importa,
Ya tu aroma está,
Ya tu sabor está
Ya tu recuerdo está
Y tú,
Tú,
Ya no estarás.
Pero viviré,
Viviré,
Para tener que recordarte,
Hasta que el tiempo haga su arte,
O no.
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