Un vago camina entre los pasadizos de las calles vacías.
Un mirar solitario entre las rejas de las diversas casas, que van pasando y quedando en el olvido a medida que los pasos aumentan.
Surge una simple pregunta en la mente del solitario individuo, que lo acompaña mas que sus mismísimos semejantes.
Un grito ahogado en rencor y memorias pasadas intenta salir de la piel dura y curtida de este, pero no lo logra, de la misma forma que las turbulentas y sedimentadas lagrimas, almacenadas con el pasar de las casas y las calles, son detenidas por una enorme barrera, la represa del pudor y la decencia.
Los recuerdos se acumulan en la mente de aquel que nada tiene y sin embargo perderlo todo cree. Se asfixia dicha mente, con tanto dolor, que sus ojos ven solo imágenes borrosas de pasados anhelados y futuros inciertamente deseados. Un amargo sabor en la lengua surge, y el bizarro deseo por el fin de la existencia retorna.
Empiezan a caer gotas del cielo, lloran los caídos para desvanecer con sus lagrimas el doloroso olor del vago. gritan los dioses, disputan sobre el destino tan infeliz del mundano individuo, y muere una paloma blanca.
La oscuridad se hace, mas no en el cielo, porque este siempre está iluminado por la Luna y sus ciervas estrellas, a diferencia de la húmeda y fría habitación del caminante. Es en esta donde se da la oscuridad. Las velas se apagan, toda luz se desvanece, símbolo de la esperanza que re cae en un abismo para nunca mas ser vista. Caen enormes trozos de hielo, tan fríos como el corazón decadente del individuo, tan pequeños como el deseo de respirar, tan frágiles como la mente del solitario hombre.
Desea, sufre, sus manos se retuercen y los gritos de profunda desesperación se escapan poco a poco entre sus dientes. Se astilla el corazón, la piel arde en rencor y la sangre se seca, convirtiéndose en una sustancia arenosa, áspera y afilada, como los pensamientos del hombre...
Y el hombre se ve al espejo, y escribe estas tristes palabras en el espejo, intentando refugiarse en sus historias, para no pensar en ella, en ellas, en todas, nuevamente.
El humo retorna, ahoga la vista, y nubla las imágenes del recuerdo, pero ya nada es suficiente para distraer a la retorcida y trágica mente del escritor. El espejo es demasiado real, el dolor es demasiado real, la desgracia es demasiado real. La ausencia de aprecio, es demasiado real. El fin de estas palabras, también.
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