A toda marcha va el corazón, mientras el sol se marcha lentamente a lo largo del litoral.
El viento sucumbe ante el amargo tiempo, que penetra el alma de este pobre desdichado. Los dedos rozan los surcos de las arrugas de la frente, pequeños valles de piel tibia y de sudor frío, denso, transparente, como los ríos al anochecer.
Se respira con dificultad, el humo turbia la vista y lo único que queda es recordar.
La garganta se estremece, tiembla, y el estomago intenta regurgitar los ovalados y alargados dulces blancos y aquellos redondos y aplastados amarillos, que parecen alejar todos los problemas de aquella maldita habitación. En vano.
Con el danzar de las olas del humo empiezan a resucitar imágenes en blanco y negro, figuras alegóricas y hermosas bailan al ritmo del waltz de aquel pobre y agitado corazón, que no podía hacer mas que ir a toda marcha.
Con cada suspiro se iluminaba su boca, su nariz, y el ceño que fruncía sin parar. Las cenizas caían sobre el pecho desnudo, de la misma forma con la cual caen la paladas de tierra negra y húmeda sobre los ataúdes. Sentía el silbar de las plantas, carbonizando se y esfumándose, al igual que los sueños.
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