El motor estaba bajo estrés sin embargo, parecía que era lo único que se encontraba así aquella noche.
El olor a cuero nuevo invadía el ambiente, mientras se mezclaba con tu dulce perfume de rosa rosa de verano. Tu piel, suave y tersa emitía un tibio calor que contrarrestaba el aire frío de la noche. Tus pupilas se dilataban, estaba todo oscuro y lo único que nos iluminaba eran las estrellas y las luces de aquel carro blanco.
El piloto estaba concentrado en la vía, ajustaba sus gafas, miraba con cautela los espejos mientras el copiloto buscaba la canción perfecta; fue solo cuando lo logró que todo empezó a tener sentido. Sus brazos se movían al son de la música, su cabeza se tambaleaba al igual que su cerveza y cuando nos adentramos en aquella mágica melodía, de un momento a otro, con un tosco movimiento, subió el volumen. Miré al resto, a nuestra derecha todos estaban dispersos, perdidos mirando las estrellas mientras tu y yo, estábamos enamorados, tu encima de mis piernas y yo con mi cabeza sobre tu pecho, escuchando cada latido, sin cesar.
Tu mano estrechaba la mía, mientras que la libre sujetaba una cerveza, helada, mis dedos se entumecían.
Finalmente se detuvo el carro, pero curiosamente, la sensación de tenerte en mi, nunca se detuvo.
Bailamos, reímos, nos besamos, fuimos finalmente uno. Un solo ser, un solo aroma en la cama, una única gota de sudor y una única pasión. Nuestra piel se hizo una, nuestras sombras se tocaron y caminamos juntos al borde del riachuelo, hablamos una única palabra, amor...
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