Vi su delicada silueta tambalearse frente a mis ojos,
sus caderas danzaban tan alegremente
como las cuerdas de un violín que a lo lejos
acompaña a la noche melodiosamente.
Mi mirada deleitó a mi alma
con el impío deseo de sus labios
mientras bebía un trago para mantener la calma,
como bien me habían enseñado los sabios.
La luna brilló en la punta de su nariz
y con un solo salto de pie me puse.
Abrí la boca para intentar hacerme feliz,
pero ninguna palabra emergió a pesar de que me lo propuse.
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