lunes, 26 de febrero de 2018

Fatalidad

Estaba frente a ella, finalmente, Mis ojos caían sobre el cósmico brillo de sus ojos. La luz amarillenta y mortecina del antro en el que nos encontrábamos sólo me hacía notar aún más la nieve que por piel tenía o sus pómulos frescos y rojizos como los duraznos primaverales. Posé mi mano sobre su pierna con la torpeza de tres ebrios mientras que ella sobre puso la suya con la delicadeza con la que aterriza un cisne. Tras deleitarme un rato más con su silueta dejé caer mi rostro sobre el de ella, para sorpresa mía encajaron como dos engranajes en un reloj, y fue así como aquel delicado choque le dio cuerda a mis manos, para que pasearan a mis dedos por su pequeña espalda. Sentía el paso de mi sangre por todo mi cuerpo. Se cerraron todas las luces en el mundo, moría lentamente entre sus labios, con sabor a fruta amarga, a fresas Rojas, a uvas frías, a cerveza. Mi aliento se escapaba entre nuestros labios y ambos intentábamos volvernos cada vez más herméticos. Su lengua luchó contra la Mía hasta que hicieron las paces y optaron por danzar juntas. Ardía en euforia. Sentía como terminaba su vida y la Mía, como en ese momento arruinamos los cálculos y demostramos que uno con uno no son dos, éramos un mismo sabor, una misma agonía, un mismo grito en la oscuridad y han misma felicidad. Nuestras bocas se separaron, su alma corría por mi boca como una endemoniada, como una yegua a tienda suelta, magnífica. El sabor de la vida se impregnada en mi y hacía latir aquel pétreo corazón. La miré una vez más, se veía completamente distinta. Tenía algo de mi en su mirar. Sentí como una pequeña parte de mi moría entre sus labios, en su respirar. Volví a ella como un boxeador al rostro del oponente con su puño, me volví a ahogar entre sus labios, entre su aroma a dulzura y compasión. Volví a ir de la tierra a la Luna y al rededor de la misma.

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