lunes, 26 de febrero de 2018

Un día de diciembre

Vi volar 4 pares de pequeños pájaros negros en medio del celeste e infinito techo que me rodeaba mientras el amargo humo salía por mi boca, pequeñas nubes grisáceas se iba por los aires para perderse entre las inmensas del horizonte.
Las nubes tocaban las montañas con la suavidad de nuestras conversaciones, pensé.
Vi el resplandor de tus ojos marrones en medio de los arbustos donde se encontraban las abejas, miles de zumbidos irrumpían el canto de los pájaros, irrumpían dulcemente como tu presencia en mi vida.
La música vibraba en las hojas de las flores, las abejas se sentaban allí, penetrándolas, germinándolas y volando vida.
Un colibrí posó frente a mi, te pensé. Era rojo, verde, amarillo y su dorso era azul. Volaba libremente, sin rumbo, como una mosca, mostrando toda su belleza,
Luego vi una mariposa, amarilla con bordes negros, tambaleando por la vida, sin rumbo aparente, se veía chueca, como las viejas de más de noventa años que se observan en los hospitales, con más vitalidad que los mismos médicos, con más ternura que las enfermeras, con más tranquilidad que los recién nacidos. Se veía cansada y se sentó en mi mano. La miré
-¿Qué haces aquí ? Pregunté en medio de todo
No respondió
-Me recuerdas a alguien. Repuse con calma
Me ignoró y luego se marchó.
Abrí una lata de cerveza y la bebí de un sorbo, pensé en las aventuras que había tenido y luego abrí otra, fueron dos, tres, cuatro, cuando menos cuenta me di había abierto trece, dieciocho, ventidos como tus años.
Me tomé un vaso de whisky, lo odie. Me senté en la orilla de la piscina y agarré la caja de cigarros que tenía, me fumé un par, eran blancos y delgados como tus dedos. Miré mi reflejo en la piscina, en la cristalina y falsa agua. Vi las arrugas se tan pocos años, la piel seca y dura, carente de caricias. Miré a lo largo de la casa y vi la puesta del sol, sentí calor, pensé en viejas conversaciones y decidí encender el asador.
El carbón ardía como judíos en la segunda gran. Me sentía terrible de pensar lo que éramos capaces de hacer los humanos, tiré un chorro de cerveza en honor a las víctimas de la humanidad. Después de un minuto en silencio puse un gran filete. Puse unas cebollas, brillantes como sus dientes. Puse unos tomates, rojos como la sangre de las rodillas de los niños que se caen en los parques con sus abuelos. Rojos como tus labios en medio de la oscuridad. Perdí el apetito, en mi cabeza nadaban peces, anguilas, cangrejos, langostas.
Agarré otra cerveza y me adentré entre las aguas. Me sentía como David Jones, mi corazón estaba en un cofre y buscaba a quien tuviese la llave, para poder clavarle una daga y ver como se desangraba.

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